miércoles, 12 de mayo de 2010

Pasto Verde

Para Delfina Careaga, Julio Torri, Julio Cortázar, Amparo Dávila, Santiago Dabove y James; mis compañeros de parranda.

Bajó al comedor con el pensamiento atontado y aunque intuía que además del crujir de las tablas no había nadie más se sintió observado. Los espejos y el pasado lo aterrizaron de súbito. Estaba tan acostumbrado al humo del cigarro que le costaba la tranquilidad no reconocerlo; los golpes, el alcohol, los gritos, las caricias de su hija, los empellones, el cabello desaliñado, todo su ser empobrecido rechazaba aquella calma enloquecedora. Se metió a la cocina y trató de servirse un trago pero al acercarse el vaso se dio cuenta de que había perdido el registro de días enteros, los residuos de la última vez tenían hongos verduzcos. Tiró el vaso al instante mientras los espejos comenzaron a bailar como queriendo jugar a encerrarlo, subió nuevamente las escaleras en busca de algo o alguien que pudiera quitarle de encima las imágenes ensordecedoras que lo hundían en aquel laberinto. La pequeña estaba en la habitación y le susurraba: -¿Papi, jugamos a piedra, papel o tijeras?-, sus recuerdos eran vagos y precisos a destiempo, el cuerpecito de la niña estaba pero el de su mujer no, comenzó a buscarla debajo de los rincones, oculta entre el viento, fumando en el balcón, jugando ajedrez o inyectándose en la habitación contigua; bajó al traspatio porque no entendía la secuencia de cuadros que agolpaban su piel, se tiró de los cabellos por el caos reinante e imaginarse Dorian Gray frente a los otros. De pronto un monstruo gigantesco vino a su encuentro, montando un caballo y con un puñal en la mano incrustándolo en su pierna. Corrió despavorido por toda la casa mientras el llanto de la pequeña se le volcó en la mirada.

Se agazapó entre las cortinas rojas, dejó de respirar por diez segundos y se asomó en busca del monstruo, había desaparecido, el cuerpecito de su hija también, ahora sobre la cama había muchos cabellos que se retorcían como gusanos. Vomitó y se tiró nuevamente de los cabellos pero otra vez su mente le gritaba oraciones que no lograba captar con fidelidad, todo estaba fuera de equilibrio, se metió al baño y abrió la llave de agua fría, una ducha helada lo volvería todo a la normalidad. Al sentir el agua deslizarse por sus poros dejó de pensar. Se enfocó en la sensación de sentirse inmóvil, sin gesticulaciones en la piel, sin nadie observándolo y lo logró por un instante. Al salir del baño la imagen de la pequeña vino de tajo, sus ojitos negros se alejaban aterrados mientras él se retorcía de impotencia al no poder hacer nada. Por derecho legal le correspondía a la madre la tutela de la niña aunque le esperara una vida incierta a su lado. El pasado se hizo presente y se vio enloquecido. Se acercó a la ventana de la habitación marital e hiló algunas evocaciones, abajo, entre los viejos nopales se encontraba el cuerpo amoratado de su esposa, apuñalado y rodeado por los buitres. Corrió a buscar la risa hilarante de su hija pero en su lugar halló su cuerpo agonizante.

Los Balbuena, fue una familia que vivía en una cabaña lejos de la ciudad así que tomó el puñal y a la pequeña y se metió en el auto. Una fuerza mayor a sí mismo lo condujo, lo principal era llegar con la niña a alguna parte, dejarla y volver a la cabaña. Así lo hizo pero al llegar al hospital e intentar dejar el cuerpecito que llevaba, una señora malencarada de unos setenta y algo lo tomó del brazo y le empezó a hacer preguntas relacionadas con la pequeña que dejó al cuidado de la enfermera de cofia y párpados blancos. Otra vez el gigante quiso acorralarlo pero ahora hundió hasta el fondo el puñal escondido, sus testículos fláccidos fueron los favorecidos de tan cálida llegada. Despertó porque vino a verlo la misma anciana setentona. Su realidad no se parecía nada a los pocos recuerdos que trataba de apresar, imágenes dispersas se esforzaban por alojarse en su pensamiento sin éxito, poco a poco fue olvidando todo, sentía que era alguien, que quería estar en un lugar preciso, que conocía a mucha gente que también lo conocía pero se encontraba en un sitio donde el pasto era verde y fresco, la tranquilidad del lugar lo confundía, sin embargo, se estaba bien ahí.

La anciana vino a decirle cosas que no comprendía, lo cual era bueno pues en su interior tuvo la ligera sensación de ser el culpable de algo sin nombre dado el espasmo que lo invadió al escuchar que dos mujeres cercanas a él habían muerto. Nada importaba ahora, la frescura del viento anunciaba días serenos.

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