miércoles, 12 de mayo de 2010

La Piedra Roja

Para los dos pensamientos que me conforman



Entró un señor enlutado con los zapatos muy limpios y los ojos enrojecidos en lo blanco, se aproximó al empleado y dijo: ¡Muéstreme todos los puñales que tenga!

El chico del mostrador intuyó tener delante a la seguridad misma encarnada en aquel tipo de grandes manos lampiñas.

-¿Son todos?-

Con un tenue pestañeo asintió, no obstante; al segundo se contradijo y desplegó una cortina que lo condujo hacia el sombrío cuarto inmediato. Conocía de memoria los recovecos del laberinto, por ello; al estar frente a la pared de los punzo cortantes especiales supo cuál era el deseado por el hombre de impecable aspecto sólo contrapuesto con la ofuscación de su rostro.

El puñal elegido era el mismo que tiempo atrás usó el autor de Canto a un dios mineral para acariciarse con ímpetu fugaz sus genitales.

Al cruzar nuevamente la cortina de tiras rojas se encontró con la ausencia del cliente enlutado. No quedaba sino devolver el reluciente objeto a su lugar…

Por la noche, cuando el dueño de la tienda fue a inventariar como cada término del día, encontró a su empleado con el corazón derramado sobre su cuerpo y el puñal erguido en el mismo.

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