viernes, 7 de mayo de 2010

Secuencia Múltiple – Verano – Exterior – Ciudad Inmóvil - 85

Secuencia Múltiple – Verano – Exterior – Ciudad Inmóvil - 85
Hay tres reglas: 1. Siempre hay una víctima. 2. Trata de no ser tú. 3. No olvides la segunda regla.

Mamá siempre ha trabajado por la mañana. Fuma, toma, es alegre, ha tenido muchos novios, sale a bailar cada ocho días con sus amigos y dice que ese es el precio que deben pagar los hijos que tienen una mamá joven y bonita como yo. Sigue sin gustarme la sentencia porque casi no hemos estado juntas. Siempre tiene cosas que hacer, fiestas que atender, correos que mandar o en fin, nunca tiene tiempo para mí. Soy hija única porque mamá por más que intentó darme un hermanito nada más no pudo. Primero porque no tenía con quién y cuando tuvo porque ya su matriz había sido intervenida por lo del quiste ovárico y había quedado muy débil, según el doctor. Los monólogos para mí han sido como las golosinas, todos los días me acompañan. De no haber sido por la televisión, los frecuentes regalos e idas a Mc Donals, Pizza hot o Burger King, las fiestas de cumpleaños, el play station, las visitas a Six Flags, las clases de ballet y hacer lo que yo quisiera en general, creo que mi vida infantil hubiera sido terriblemente vacía. Mamá y yo nos llevamos bien, hablamos de todo, es una mamá muy open, imagínate, a los ocho años ya sabía de la menstruación, el sexo, la pornografía infantil, las violaciones, el embarazo sin la cigüeña, el parto, el papiloma, el sida, y todo lo que una niña de ocho años debe saber a esa edad para que nadie te lastime –eso decía mi mamá-, y tengas herramientas para sobresalir en la vida. Yo siempre he destacado por la vivacidad que muestro al hablar pero fíjate que una vez en la escuela casi me mato, o mejor dicho, me lleva la chingada –parafraseando a mamá cuando platica con sus amigos-, con una niña de diez años que iba en cuarto de primaria cuando yo cursaba el segundo. A mí siempre me gustó trepar árboles y en la escuela teníamos un área verde que además de vigilar para que nadie caminara sobre el pasto o tirara basura inorgánica fuera de los cestos correspondientes; la usábamos, los niños que terminábamos primero los trabajos en clase, para subir a platicar con nuestros Yo. Éramos pocos, pero no te asombrabas si de pronto escuchabas toda una diatriba sobre la última pelea con tus padres en voz alta o cualquier otra cosa. Bueno, un día, mientras yo peleaba conmigo misma arriba del árbol (Por haberle gritado puta a mi mamá, cuando me regañó por probarme la tarde anterior una de sus tangas preferidas y ensuciarla de nutella), me atrapó la mirada de una niña que no había visto por la escuela. Obviamente ella sí se sacó de onda al escucharme y creyó la muy tonta que me avergonzaría pero no, se sorprendió de que yo siguiera en lo mío sin darle importancia a su presencia. Lo esencial de esta nimiedad viene enseguida: Cuando salí de clase, la misma niña me esperaba en la reja de la salida. Me dijo que se llamaba Mónica y que quería ser mi amiga. Yo, acostumbrada a estar sola todo el tiempo, me sentí incómoda y le dije que sí pero que sólo podíamos vernos en la escuela porque después de salir tenía, todos los días, las tardes, ocupadísimas en actividades que realizaba con mi mamá y mis primos. Lo cierto era que me sentí invadida, pero no importaba porque sabría cómo manejarlo, tenía fama, en la escuela, de ser una niña muy lista. Mónica, comprendí después, era mucho más lista que yo porque sin darme cuenta fue haciéndose indispensable en mis tempranos años de vida. Los primeros días sólo nos veíamos en la escuela pero poco a poco fui sintiendo una especie de necesidad por estar con ella, llegué al grado de ir a su casa después de salir de clases, mi mama, obvio, se puso feliz porque cuando le pedía que me llevara a casa de mi amiga no volvía sino hasta el día siguiente al salir de la escuela. ¿Qué qué hacíamos? Pues todas esas cosas que las niñas precoces hacen al sentirse sin la mirada vigilante de los padres. Cuando jugábamos en su recámara nos poníamos ropa de sus papás. A veces ella la hacía del papá y yo de la mamá o viceversa…. En otras ocasiones llamábamos por teléfono a un número cualquiera de la agenda y sacábamos nuestro repertorio completo de majaderías e insultábamos a quien contestara. En fin, un día me dijo en la escuela que me tenía una sorpresa pero que me la daría en su casa, por la tarde; y que además era necesario que pidiera permiso para quedarme a dormir. Muy obediente como casi nunca pedí el permiso y hasta llevé mi pijama, pensé en proponerle desvelarnos y ver películas de amor, de esas cursis que les gustan a los adultos cuando están tristes. Cuando llegué le anuncié mi propuesta pero inmediatamente me dijo:

-Calla, calla o lo echarás a perder-

-¿Qué pasa?-, le pregunté.

La respuesta salió de su habitación. Aquella tarde habían llegado sus tíos Gabriel y Elisa de Colombia. Venían de paso porque su última parada todavía estaba lejos pero quisieron pasar a saludar a los padres de Mónica y descansar un poco. Los padres de mi amiga decidieron (Como cada fin de semana lo hacían), salir a dar una vuelta con ellos, cenar en algún bonito restaurante e ir a bailar a alguna disco donde pusieran exclusivamente música setentera y ochentera. Los padres de Mónica también eran reventados como la mía, la diferencia entre sus papás y la mía era que ellos no sólo bebían y fumaban cigarrillos sino que también –les reprochó Mónica un día, para hacerlos sentir culpables de su mal comportamiento en la escuela-, consumían un polvo blanco que después supe se llamaba, cocaína. Bueno, los tíos de mi amiga traían consigo al menor de sus hijos, Gabriel. Un chico muy sonriente, con dientes blanquísimos y chuecos. Me pareció de momento¡ no comprender la sorpresa. En fin, cuando los adultos se fueron nos pidieron no hacer travesuras ni dormirnos tarde aunque al día siguiente era fin de semana así que no habría escuela, sin embargo, enfatizaron en querer encontrarnos dormidos al volver. Cuando los despedimos Mónica me llevó a su recámara y cerró la puerta antes de que Gabriel pudiera entrar, y me dijo:
-Hoy jugaremos a los papás, pero será más padre que las veces anteriores porque ahora sí hay papá. Tú serás la mamá y yo seré la hija-

Un brillo extraño invadió sus ojos, y una emoción delirante saltó en su rostro. Cuando le dije que prefería ver películas con ella se puso furiosa pero de súbito –supongo que al verme asustada-, cambió de tono el discurso y me pidió que lo hiciera por nuestra amistad, me chantajeó al ver mi negativa. Al final accedí porque no deseaba que dejáramos de ser amigas. Dispuso el centro de su recámara con sólo una mesita de centro que sacó de la habitación de sus padres y colocó ahí unas copas con un líquido morado, cigarrillos y el polvo blanco que hasta ese momento desconocía. Nos vestimos esta vez con ropa interior nada más, Gabriel también, él se veía ansioso, supongo que ya Mónica le había contado lo que haríamos, cuando nos medio desvestimos y sentamos en la alfombra alrededor de la mesita de centro Gabriel me tomó de la mano mientras le decía a Mónica:

-Hija, sírveme un poco de vino y préndeme un cigarro-

-Si papi-

Yo no sabía ni qué hacer ni qué decir, sentí miedo, sabía que algo más iba a suceder y por primera vez en mucho tiempo quise que mamá fuera más atenta conmigo. En eso pensaba cuando Mónica le dijo a su papá Gabriel:

-¿Papi, quieres a mi mamá?-

-¡Claro que la quiero hija! ¿Por qué?-

-¡Haber, bésala y díselo!
Cuando Gabriel acercó su boca a la mía creí que lo rechazaría pero fue grande mi sorpresa al sentir que no era tan feo besar a alguien. O tal vez era que después de ver tantas películas de amor con besos y sexo, lo único que me faltaba era practicar porque manejaba bien lo que había visto en las pelís, ladeaba la cabeza para mayor comodidad, me mojaba los labios en señal de aceptación, etc. Mientras Gabriel y yo nos besábamos Mónica se acercó y nos dijo que nos ayudaría a ponernos cómodos. En un dos por tres quedamos totalmente encuerados (Comprendí esa noche la razón de los gemidos imparables de los actores de las películas que mi mamá esconde en la parte de arriba del armario y que he visto a escondidas), Mónica me besaba la espalda mientras Gabriel me apretaba las chichitas que yo sentía calientitas, calientitas. Justo entonces Mónica nos pidió que le pusiéramos atención porque nuestra velada se pondría mejor si tomábamos vino y fumábamos y respirábamos el polvo blanco. Sirvió dos copas de vino, Gabriel aún tenía en la suya, cada uno encendió un cigarro, brindamos e intentamos fumar pero no pudimos, no sabíamos cómo hacerlo, así que los apagamos. Nos tomamos tres copas de vino, juntas, luego Mónica me preguntó que cómo me sentía y recuerdo haberle dicho que contenta y sonrió. Nos miramos y nuevamente emprendimos lo suspendido. Otra vez fue ella quien interrumpió el acto, para ese momento, ya me sentía como entumida del cuerpo porque mientras nos besábamos entre los tres, Mónica se daba tiempo para no dejar de llenar nuestras copas de vino y brindar al tiempo que nos acariciábamos. Mónica propuso respirar el polvo blanco pero Gabriel le dijo algo que no alcancé a escuchar con claridad, supongo que quería seguirme besando el cuerpo antes de lo del polvo porque retomamos nuestra práctica. Gabriel me besaba por todos lados, Mónica también, hicimos una pausa breve porque mi amiga quería ser quien primeramente me chupara la vagina, Gabriel estuvo de acuerdo y dijo que de todas formas a él le tocaría lo mejor. Esa noche entendí por qué mamá tomaba tanto, cuando estás borracha no sientes nada más que libertad y alegría, mucha alegría. Cuando la boca calientita de mi amiga me rozó la vagina creí que iba a explotar. De pronto me sentí feliz y sensual y sexi como las actrices de las películas de mamá. Supe entonces que hasta que muriera, mientras hiciera el sexo o el amor con alguien no pararía de hablar. No estaba segura de lo que quería decir, sólo sentía la imperiosa necesidad de decir algo, me recuerdo unos: ¡No pares mamita, chúpame amor, lámeme el culo también que me escurro! Sin conciencia de ello, todo eso lo había aprendido de las pelis de mamá. No sé cómo ni en qué momento le pedí a Gabriel que me poseyera, cuando me di cuenta sentí un leve ardor mezclado con dolor adentro de la vagina y dice mi amiga que le pedía algo que no dejara escapar aquélla felicidad y fue en ese momento cuando los tres dejamos de acariciarnos para ir hacia el polvo blanco. A partir de ahí no recuerdo absolutamente nada, cuando desperté mi madre se encontraba recargada sobre uno de los bordes de la cama, dormida. Había pasado una semana y según mi madre fue la peor de su vida. Me contó posteriormente que los padres de mi amiga nos habían encontrado tirados en el suelo, desnudos e inconcientes. De inmediato nos llevaron al hospital de Ciudad Inmóvil y el veredicto de los médicos fue contundente: Sobredosis por cocaína y sexo anal y vaginal a las dos niñas.

Las cosas volvieron a tomar rumbos conocidos, no volví a ver a Mónica. Me imagino que sus padres la sacaron de la escuela para meterla a otra o no sé pero no he vuelto a verla. Las cosas entre mi madre y yo no cambiaron ni cambiarán, estoy segura, de todas formas mi vida no ha sido tan mala.

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